017 Conciencia, Unidad, Gravedad y el Universo Numérico ♾️

Esta información es muy buena para entender los conceptos principales que definen la ciencia Taygeteana. Fue el cuarto video publicado por Mari y siento que como no está acompañado de imágenes de apoyo complementarias, pasa desapercibido. Pero es remarcable que ellos entienden que todo está formado por lo mismo, el “todo” o la “nada”, que básicamente es energía potencial la cual es moldeada a través de la conciencia, y no al revés como aún creen la mayoría de los científicos en al tierra. Ojalá que este cambio de paradigma cambie, para que la ciencia en la Tierra avance.

Puntos importantes para entender la ciencia taygeteana:

  1. El universo no tiene principio ni final. Está fuera del tiempo, tal como lo entendemos. Es infinito.
  2. Todo lo que existe en el universo está formado por lo mismo: energía potencial en forma de un fluido de alta vibración.
  3. No existen distintos estados de materia ni diferentes tipos de energía, como suele pensarse en la Tierra. Solo hay interpretaciones distintas de una misma cosa.
  4. Es la gravedad la que da forma y masa a los objetos. Existe primero la Conciencia y Luego lo material. Pienso y luego existo.
  5. Un planeta o una estrella no atraen objetos, sino que esos objetos son empujados hacia ellos por el flujo conciencia.

La Fuente

El concepto que quiero compartir hoy es fundamental para entender el próximo video, especialmente si queremos comprender cómo funciona la ciencia taygeteana y swaruuniana. Todo el universo, absolutamente todo, está compuesto por un campo de energía potencial que vibra a un ritmo extremadamente alto. A ese campo podríamos llamarlo la Fuente original, o simplemente la Fuente.

Se trata de una sola masa, una concentración total de energía y frecuencia en su forma más pura. Es la densidad o el reino existencial más elevado que puede existir. Desde allí, desde ese punto sin forma ni límites, nace todo lo demás. A través del contraste —esto es esto y no aquello— se genera la dualidad.

En ese nivel tan alto de existencia, no hay diferencia entre materia y energía. No existen distintos estados de materia ni diferentes tipos de energía, como suele pensarse en la Tierra.

Los Taygeteanos parten de una comprensión más profunda y unificada de la realidad. Para ellos, toda la materia es energía en diferentes estados de frecuencia. No existen “elementos distintos” en esencia, por lo que ellos no utilizan una tabla periódica de elementos químicos como se usa acá en la tierra, sino que ellos ven la materia como variaciones del mismo campo energético base, moduladas por frecuencia, intención y conciencia.

Solo hay interpretaciones distintas de una misma cosa: una masa sin principio ni fin, fuera incluso del tiempo. Esta masa se comporta de forma muy similar al agua, pero en un estado de vibración extremadamente alto. De esa “agua” nace todo: planetas, estrellas, pensamientos… y la vida misma.

Fluido en Alta Vibración

Esto nos lleva a un concepto muy poderoso: el espacio exterior, ese “vacío” interestelar o intergaláctico, no está vacío. Es, en realidad, agua en un estado vibracional de altísima densidad. Aquí incluso podemos recordar aquella frase bíblica que habla de “las aguas de arriba”. Esa agua no es literal, sino energía potencial que se puede transformar en cualquier cosa por medio de una fuerza aún superior.

Es por esto que Mari en sus videos comienza con la frase: "información proveniente de las aguas de arriba".

Donde mejor se aprecia este concepto de “fluido de alta vibración” es en nuestra propia Vía Láctea que se asemeja a un remolino de agua. Y su nombre de líquido 🥛 por algo será no?

La ciencia taygeteana dicta que la forma que tiene la galaxia es definida por el flujo de conciencia de esta. Lo que quiere decir que según esta perspectiva las galaxias, los soles, los planetas, la Tierra, son conscientes de si mismos.

Conciencia

¿Y qué es esa fuerza superior? Conciencia. Una conciencia primordial que trasciende nuestra comprensión.

Desde esta perspectiva, la gravedad no es causada por la masa de un objeto, como enseña la ciencia terrestre. Al contrario: es la gravedad —como flujo o dirección de atención de esa conciencia— la que da forma y masa a los objetos. Cuanta más atención pone esa conciencia en algo, más grande y denso se vuelve. Por eso un planeta o una estrella no atraen objetos, sino que esos objetos son empujados hacia ellos, como una hoja es arrastrada por la corriente de un río hasta chocar contra una roca.

La gravedad, entonces, no es una fuerza que emana de la masa, sino un flujo de intención creativa. Es energía potencial en movimiento, en un estado vibratorio altísimo. La forma exacta en que ese flujo se manifiesta dentro del campo de energía potencial determina la forma y las características de los objetos que se crean.

Armónico de una Frecuencia

Pero este flujo no es aleatorio ni uniforme. Es una corriente codificada, compuesta por billones y billones de pulsos que siguen patrones matemáticos precisos. A esos patrones los llamamos armónicos. Un pulso matemáticamente correlacionado dentro de un campo puede describirse como música. Sí, música.

Esto nos lleva a la teoría de la manifestación. Como decían quienes vinieron antes que yo, ese flujo de gravedad, codificado con exactitud matemática por la conciencia, es un armónico. Cuando este se aplica al campo de energía potencial, genera una frecuencia. Y cuando hablamos de frecuencias que contienen sus propios armónicos, entramos en un terreno fascinante.

Imagina que lanzas una piedra al centro de un estanque. Las ondas se propagan hacia los bordes, rebotan y regresan al punto de origen. Cuando estas ondas se cruzan —las que van hacia afuera y las que vuelven— forman un patrón de interferencia. Si el pulso con el que se genera la perturbación es lo suficientemente preciso, las crestas y valles de las ondas se sincronizan. Así se crea una onda estacionaria: una que no colapsa. A esto se le llama armónico de una frecuencia.

Ese patrón, cuando se forma en el campo de energía potencial (el “agua” del espacio), da lugar a una partícula. Es decir, a algo que tiene forma, masa y energía. Ya no es solo potencial. Y las características específicas de esa partícula dependen de los armónicos que rigen el flujo de conciencia-gravedad que la formó.

Cada partícula subatómica en el universo es producto de este proceso. Cada una tiene su propio patrón único, su propio armónico. Nada es aleatorio. Todo existe con intención. Por eso, todas las partículas tienen un valor de energía que puede representarse y medirse matemáticamente.

Lo que la ciencia de la Tierra define como “partículas distintas” no son más que diferentes expresiones de una partícula base, modificada por los armónicos que la afectan dentro del campo de energía.

Desde este entendimiento, podríamos imaginar cualquier lugar —una esquina en la calle, un bosque, una habitación— como un conjunto de valores numéricos. Cada cosa que vemos está formada por miles de millones de pequeños números, que representan su forma, su energía y la relación dinámica entre todos los elementos presentes. Todo es energía. La materia, como tal, no existe por sí sola: solo está ahí porque una conciencia la observa, le da valor e interpretación.

Incluso los llamados “reinos de existencia” —como la tercera, cuarta o quinta densidad, tan comunes en el lenguaje de la Nueva Era— no son más que divisiones artificiales. Fronteras mentales. El todo no se puede dividir, pero la mente humana (y también otras no humanas) lo fragmenta para poder comprenderlo. Sin embargo, al hacerlo, distorsiona el todo que intenta conocer.

El universo no tiene principio ni final. Está fuera del tiempo, tal como lo entendemos. Es infinito.

Y eso, aunque difícil de aceptar, es la clave.

El punto más importante de todo esto, y que quiero que recuerdes para entender el siguiente video, es este: todo lo que existe puede describirse como un conjunto de valores numéricos interconectados con precisión matemática, regidos por la conciencia. Esa conciencia es la que define qué existe, cómo se manifiesta y cómo se mueve. Incluso el tiempo y su velocidad son solo percepciones derivadas de esa intención consciente, tanto de la Fuente primordial como de cada ser sintiente. Porque, al final, todos somos parte de lo mismo.

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